10/2/11

El prestigio social de las leyes

Toda sociedad necesita unas normas básicas con las que los individuos puedan regirse para hacer más amena la convivencia mutua. Estos fundamentos, que en la mayoría de los casos los tenemos por escrito, no siempre cuentan con el respaldo unánime de la mayoría de la población. Sin embargo, mal que bien todos acabamos cumpliendo con lo establecido.

Eso ha ocurrido recientemente con la Ley Antitabaco, donde los fumadores sacrifican su vicio o salen al rellano del bar compensando las penurias climáticas y las miradas de desaprobación del censor con el placer de sentir los tóxicos componentes del cigarro aterrizando en sus pulmones. Todo ello por hacer de licorerías y discotecas unos espacios más sanos. Han demostrado con creces que están a la altura de las circunstancias, dando ejemplo de civismo y respeto por lo desarrollado por los legisladores.

Otra cosa es lo que nos cuentan los periódicos. Solo salen noticias de aquél que se niega a cumplir la ley, el que se larga sin pagar o el que despotrica públicamente. Amarillismo puro y duro. Pero para desgracia de aquéllos que quieren demonizar al colectivo de fumadores tan solo son casos aislados que no representan más que a sí mismos.

Pero el meollo de la cuestión no va de fumadores, sino de conductores. Ni siquiera se trata de una ley de reciente creación. Las normas de tráfico llevan utilizándose desde el principio del uso de los vehículos a motor. Nadie en su sano juicio conduce por la izquierda por carreteras españolas. Por la noche encendemos las luces. Respetamos los semáforos en rojo. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto acatar las limitaciones de velocidad?

Todos tenemos algún amigote/familiar/conocido al que le gusta jactarse de haber puesto su “buga” a más de 200km/h. Y no pasa nada, nadie se escandaliza y muchos hasta les ríen la gracia, especialmente si además había tomado alguna copa de más para rematar la faena. Incluso podemos comprobar cómo yendo por una autovía a la velocidad máxima permitida cuando adelantas a un camión ya te han pasado como una exhalación 10 ó 12 vehículos. Claro, luego los malos son los picoletos que te ponen multa y te quitan puntos.

Las excusas tienen el mismo fundamento que los que infringen la ley, ninguno. “Es que los coches se hacen con potencia para duplicar la velocidad permitida en las vías y son muy seguros”. Aún no he oído a ningún fumador decir “es que si me pongo en una esquina el humo no llega a los demás”. Pues sí que llega, a alta velocidad se presenta cualquier imprevisto y te has matado tú, el que adelantabas y al que venía de frente tienen que sacarlo de entre el amasijo hierros con una espátula.

Por no hablar de los radares “solo para recaudar”. Es muy sencillo, si no superas la velocidad permitida no hay foto. Ahora los conductores temerarios están de uñas con los nuevos radares de tramo. Antes podían detectar los controles puntuales, aflojaban la marcha durante unos cientos de metros y otra vez a volar. Pero con este nuevo sistema se les acaba el chollo y al parecer esto levanta ampollas en no poca gente que se sentía segura con el sistema de burlar los radares.

Y es que cuando las normas no cuajan en la conciencia colectiva es muy difícil que los malos hábitos de enmienden. Ya pueden freírnos a multas y agasajarnos a la hora de la comida con duras imágenes de accidentes reales, que nos va a dar lo mismo. Solo cambiará cuando el héroe que se juega su vida y la de los demás en la carretera se convierta en villano a los ojos de todos. Quizá estemos más cerca de esta situación cuando las noticias de incívicos conductores copen los diarios, aunque en vez de ser una pequeña excepción, como la de los fumadores rebeldes, representen a una proporción mayor de conductores.