Se equivocó la cigüeña.
Se equivocaba.
No fue ni al Norte ni al Sur
sigue en la torre, clavada.
Se equivocaba
Esperando el frío invierno
que no llega, y ya se acaba.
Se equivocaba
Aunque arrecie el sutil viento
o caiga una buena nevada.
Se equivocaba
(ella se quedó tranquila
tú piensas que el tiempo cambia)
Antes de nada pido perdón públicamente a los seguidores de Alberti, pero es que esta pequeña modificación avícola me venía que ni pintada para el tema tratado. Es un pequeño detalle que se carga uno de los refranes más famosos: “Por San Blas la cigüeña verás, y si no la vieres año de nieves; y si la vieres año de bienes”. Ya la vemos sí o sí, pues no emigra. Y llevo muchos años esperando ver una de esas nevadas de dos metros que con tanto entusiasmo me relatan mis abuelos.
¿Realmente se equivocaba la cigüeña? Dicen que los animales son los primeros en detectar las anomalías climáticas, al menos a corto plazo y en procesos puntuales (tormentas, eclipses). Siempre cabe la posibilidad de que también sean conscientes de cambios mucho más prolongados en el tiempo. Asimismo, pastores y labriegos son los primeros seres humanos que se fijan en estos cambios que se producen en la naturaleza. Los científicos, más preocupados por predecir lo que ocurrirá dentro de muchos siglos, siguen investigando con sus grandes y caros aparatos para buscar regularidades que les lleven a la elaboración de leyes que definan de una forma más simple la tendencia climática. Mientras trabajen en ponerse de acuerdo yo intentaré mantener una posición escéptica.
No es mi pretensión dar la voz de alarma, como hacen algunos profetas apocalípticos, ante el recrudecimiento de los episodios del ENSO (comúnmente conocido como El Niño) y los violentos huracanes que asolan Centroamérica y tifones que hacen lo propio con la costa de Indochina y sus archipiélagos afines. Incluso también podía hablar de las inundaciones provocadas por el monzón o, más localmente, de las tormentas de granizo que dan al traste con parcelas enteras de cultivo. No estoy dispuesto a ponerme a la altura de los predicadores del cambio brusco y la destrucción. Ni tan siquiera hablaré de los informes lanzados con miles de tablas que, habiendo analizado las manchas solares o la tendencia de la temperatura media durante los últimos cien años, predicen un calentamiento global en progresión que acabará convirtiéndose en letal para la vida humana en unas pocas generaciones. No. Nada me indica que pueda respaldar la teoría del caos. Todos estos fenómenos naturales no tienen porqué ser más que los mecanismos que siempre ha utilizado la naturaleza para defenderse de su mayor depredador, el hombre. Es más, toda esta renovación de la tierra que acompaña a los temporales y las inundaciones sirve en la siguiente temporada para que los campos fertilizados con nuevos componentes minerales se sirvan de más frutos que llenen no solo los silos, sino también de esperanza a aquellos que viven de la tierra, y son conscientes de ello. Matizo esto último: básicamente todos vivimos de la tierra, pero ya va surgiendo entre los más jóvenes de ambientes exclusivamente urbanos de los países más ricos la teoría de que los cartones de leche nacen por generación espontánea en las estanterías de los grandes centros comerciales. La ignorancia de la que se sirven los más beneficiados por el progreso no tiene límites. Aún así siempre nos acecha otra pregunta, ¿por qué las desgracias naturales siempre afectan a los mismos? Eso es otra cuestión, por la que se puede explicar el emplazamiento de las civilizaciones dominantes a lo largo de la historia siempre en la zona templada del globo, pero ahora no me voy a detener en esto, quizá otro día.
5/9/08
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