19/2/09

La sociedad aldeana en Castilla a través de una fotografía

Tremedal, anejo de Solana. Sierra de Béjar, otoño de 2007.

Sin miedo a equivocarme, afirmo que es la foto más bonita que he tomado nunca. Sin embargo no estoy dispuesto a limitar su descripción a unos lindos gatitos asomándose desde un pajar. Me puedo imaginar que estoy en una galería de arte y veo esta fotografía. Entonces pienso… Curioso título: “Cuatro gatos” ¿Por qué llevará ese nombre, si no hay solo cuatro, sino siete?… ¡Ya lo veo! es un simbólico retrato de cualquier pequeña aldea castellana. Vayamos por partes.

Los cimientos sobre los que se asienta la estampa son graníticos, sólidos, serranos. La piedra se ve limpia, en estado puro, sin apenas aderezo de argamasa. Simboliza unas raíces culturales consistentes, pero que el tiempo con su lento pero eficaz paso no tardará en borrar si no se cuidan convenientemente. A pesar de que la conciencia por conservar el patrimonio histórico, artístico y cultural de estas pequeñas aldeas cada vez es mayor, quizá se ha llegado demasiado tarde en muchos de los casos, quedando tan solo ruinas de los bienes materiales. Y lo que es peor, también de los intangibles, con la consiguiente pérdida cultural, irreemplazable.

Los cuatro gatos rayados de la parte central son los pocos habitantes que quedan en el pueblo. Todos iguales. Alguno, casi con toda seguridad, con lazos de sangre. Sin embargo, su estampa también muestra que a pesar de estar juntos, para nada están revueltos. La mirada de indiferencia y hacia lugares dispares (los que no entendéis de arte seguro que pensáis que simplemente están asolanaos) es un reflejo de viejos rencores motivados por un “quítame ahí esa linde”, cuando no por historias relacionadas con la ominosa guerra.

Separados espacial y emocionalmente están los gatos negros, que ocupan los extremos del pajar. Son nuevos habitantes, buscan una vida mejor lejos de su país de origen, valientes en la elección de un destino donde hace ya más de medio siglo que no parado de emigrar la gente. La gran separación que hay entre ambos muestra que, aunque venidos con motivaciones similares, pertenecen a culturas muy distintas y seguramente nunca lleguen a entenderse. Para ellos, el duro trabajo en el campo castellano es más gratificante económicamente que un puesto de relativa importancia en su lugar de origen. De hecho, alguno seguro que tiene estudios superiores en alguna disciplina científica. Cosas de la dicotomía económica mundial de la sociedad capitalista.

Tan solo falta por describir un minino. Similar a los cuatro originarios. Pero esta vez agazapado entre las sombras. No procede del pueblo, y aunque lo haga, no dejarán de verle como un forastero. Aquí, el que se va, pierde el status como local, aunque haya nacido en la aldea, aunque se haya criado entre los adobes de sus decrépitas moradas. Lo considera su lugar, su origen. No duda en aguantar cada fin de semana horas de atascos para salir de la gran urbe, y luego otras tantas al volver el domingo con la caída del sol, solamente por contemplar el plácido paisaje donde creció y donde su corazón late con más fuerza al recordar retazos de su infancia. La otra opción, cada vez más extendida, es que sea un neorrural. Jóvenes con una formación superior que desechan la estresante vida urbanita para integrarse, con mayor o menor fortuna, en el mundo rural.

Descritas las luces, nos quedan las sombras, los lugares vacíos, que desempeñan un papel tan importante en la foto como todo lo anteriormente explicado. Una enorme ausencia lumínica inunda la parte central de la instantánea. No es más que el futuro de estos pequeños núcleos de población. Culturalmente degradados, económicamente inviables, geográficamente en la extrema periferia de los principales núcleos urbanos y abandonados hasta su práctica desaparición. En fin, un futuro incierto, pero nada halagüeño. La incorporación a la Unión Europea supuso una coyuntura única para el desarrollo de estas zonas tan deprimidas. El Objetivo 1 se visualizaba como una oportunidad sin precedentes para el desarrollo de tan castigadas áreas, pero nuestros magníficos gestores (pretendo ser sarcástico) no han sabido aprovechar ni los recursos que se les ofrecían cual racimo abierto, ni el tiempo, más que suficiente, para aplicar medidas que sirvieran para el desarrollo de las comarcas más necesitadas de nuestro territorio. Prefirieron desarrollar unos pocos núcleos urbanos desperdigados por la extensa meseta, totalmente vacíos culturalmente y sin ningún vínculo con el medio, con el que durante tanto tiempo nuestros antepasados supieron interrelacionarse en perfecta armonía.

Por último, el elemento más singular de la fotografía quizá sea el cabo de la soga que pende sobre las cabezas de los incautos felinos como si la cosa no fuera con él. Pero por su carácter artificioso, no deja de ser el elemento más poderoso de la imagen, capaz de derribar los sólidos muros y acabar con la vida de tan nobles criaturas. Mientras tanto, contemplamos impasibles cómo la escena se va consumiendo en cada rincón de nuestra amada tierra, lenta pero irremediablemente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuanta filosofía en una foto! Me ha gustado. Aunque, la cuerda, bien podría servir de agarradero, ¿no?

bon dia, Gall ;)

mek

Gallium dijo...

Verdad que me quedó bien? Yo mismo me fui sorprendiendo a medida que avanzaba el texto.

Lo de la soga, ya sabes, tengo la mirada sucia y no se me ocurren más que cosas malas.

Un abrazo mek.