Elija un día de entre semana.
Un colegio más bien céntrico.
Escasos minutos antes de que los niños entren.
Mezcla explosiva donde las haya, créame. Los cardiólogos recomiendan que a ser posible haga un rodeo si su recorrido habitual pasa por aquí. No importa tardar más tiempo en llegar a tu destino. Es un coste escaso ante el estrés acumulado si va por la ruta del colegio.
Los niños van cada mañana a aprender a ser personas, a formarse para ser hombres y mujeres de provecho en un futuro. Pero no solo aprenden en el colegio. Son como monitos que imitan todo lo que ven a su alrededor. Y si lo hacen sus progenitores, con más ímpetu. Y lo que ven por las mañanas es a esas bandas callejeras organizadas que se reúnen a la puerta del colegio y se despiden efusivamente de ellos, sus hijos.
Hasta ahí todo maravilloso. Unos padres que cumplen su función llevando a sus niños a clase. Pero el estrés acumulado es terrible. Dicen que cuesta mucho levantar a sus hijos y acicalarlos para llevarlos al cole. Con eso justifican que siempre lleguen con la hora al culo. Aunque si siempre llegan a la misma hora (tarde), ¿cómo es que no se levantan 5 minutos antes? Además, es un problema endémico. A todos les ocurre lo mismo. Claro, buscar aparcamiento está vetado con tanto trajín. Que esa es otra. La mitad de ellos viven en el entorno inmediato al centro educativo, pero no renuncian a hacer uso del vehículo particular. Evidentemente, sería una pena que el niño se cansara, que tiene que estar fuerte para las actividades extraescolares donde sus progenitores van a aparcarle durante toda la tarde. Luego llega cansado, cena, y se acuesta. Los padres se libran del incordio de tener que estar con sus hijos.
El caso es que tú vas caminando por la acera tranquilamente cuando te topas de frente con ese nutrido grupo de treintañones y cuarentones taponando tu paso. Esquivas un coche y te dispones a cruzar por la calzada, con el riesgo para tu seguridad que eso plantea. Cuando de repente, al salvar la primera fila de vehículos aparcados, descubres que hay otra más, todos en doble fila con sus lucecitas de “averiado”. El paso de los vehículos en sentido contrario a tu marcha se sitúa ahora en el otro carril. Con miedo a los pitidos de alguien con mal despertar o al descuido homicida de otro alguien a medio despertar decides volver a la acera. En el momento en que pides un trocito de acera educadamente nadie te hace el mínimo caso. Por tanto, decides abrirte paso con cuidado de no topar con nadie. Imposible. Mil perdones antes cada inevitable choque y unas cuantas miradas de perdonarte la vida. El paso de peatones está regulado por un municipal que cede el paso a los valientes padres que osan llevar a sus hijos al cole a pie. De mayor quiero ser de ese segundo tipo.
Mientras tanto, escucho por la radio que el Gobierno quiere aumentar la escolaridad obligatoria hasta los 18 años. Pienso, mejor hasta los 50, así los jubilados en vez de pararse a ver las obras (que ya casi no hay con esto de la crisis, menos mal que para su esparcimiento se ha sustituido los viajes del Inserso por el PlanE) se pararán a despedir a sus prostáticos hijos y sus menopáusicas hijas. Si a los 16 (que al fin y al cabo para los que no quieren seguir estudiando, son 18 lo menos, pues repiten varios cursos) no han logrado una formación básica, con dos años más, ¿qué van a conseguir? Es contraproducente obligar a estudiar a un chaval que no tiene ni tendrá motivación. Que fomenten más la Formación Profesional. Un buen camarero, si se queda en paro, se le van a rifar otros restaurantes. Un titulado universitario, si no encuentra trabajo porque hay centenares como él en el puesto que podría ocupar, no van a contratarle de camarero.
Hoy, día del docente, era un placer patear la acera desprovista de padres. Qué paz, qué tranquilidad, qué sosiego.
Un colegio más bien céntrico.
Escasos minutos antes de que los niños entren.
Mezcla explosiva donde las haya, créame. Los cardiólogos recomiendan que a ser posible haga un rodeo si su recorrido habitual pasa por aquí. No importa tardar más tiempo en llegar a tu destino. Es un coste escaso ante el estrés acumulado si va por la ruta del colegio.
Los niños van cada mañana a aprender a ser personas, a formarse para ser hombres y mujeres de provecho en un futuro. Pero no solo aprenden en el colegio. Son como monitos que imitan todo lo que ven a su alrededor. Y si lo hacen sus progenitores, con más ímpetu. Y lo que ven por las mañanas es a esas bandas callejeras organizadas que se reúnen a la puerta del colegio y se despiden efusivamente de ellos, sus hijos.
Hasta ahí todo maravilloso. Unos padres que cumplen su función llevando a sus niños a clase. Pero el estrés acumulado es terrible. Dicen que cuesta mucho levantar a sus hijos y acicalarlos para llevarlos al cole. Con eso justifican que siempre lleguen con la hora al culo. Aunque si siempre llegan a la misma hora (tarde), ¿cómo es que no se levantan 5 minutos antes? Además, es un problema endémico. A todos les ocurre lo mismo. Claro, buscar aparcamiento está vetado con tanto trajín. Que esa es otra. La mitad de ellos viven en el entorno inmediato al centro educativo, pero no renuncian a hacer uso del vehículo particular. Evidentemente, sería una pena que el niño se cansara, que tiene que estar fuerte para las actividades extraescolares donde sus progenitores van a aparcarle durante toda la tarde. Luego llega cansado, cena, y se acuesta. Los padres se libran del incordio de tener que estar con sus hijos.
El caso es que tú vas caminando por la acera tranquilamente cuando te topas de frente con ese nutrido grupo de treintañones y cuarentones taponando tu paso. Esquivas un coche y te dispones a cruzar por la calzada, con el riesgo para tu seguridad que eso plantea. Cuando de repente, al salvar la primera fila de vehículos aparcados, descubres que hay otra más, todos en doble fila con sus lucecitas de “averiado”. El paso de los vehículos en sentido contrario a tu marcha se sitúa ahora en el otro carril. Con miedo a los pitidos de alguien con mal despertar o al descuido homicida de otro alguien a medio despertar decides volver a la acera. En el momento en que pides un trocito de acera educadamente nadie te hace el mínimo caso. Por tanto, decides abrirte paso con cuidado de no topar con nadie. Imposible. Mil perdones antes cada inevitable choque y unas cuantas miradas de perdonarte la vida. El paso de peatones está regulado por un municipal que cede el paso a los valientes padres que osan llevar a sus hijos al cole a pie. De mayor quiero ser de ese segundo tipo.
Mientras tanto, escucho por la radio que el Gobierno quiere aumentar la escolaridad obligatoria hasta los 18 años. Pienso, mejor hasta los 50, así los jubilados en vez de pararse a ver las obras (que ya casi no hay con esto de la crisis, menos mal que para su esparcimiento se ha sustituido los viajes del Inserso por el PlanE) se pararán a despedir a sus prostáticos hijos y sus menopáusicas hijas. Si a los 16 (que al fin y al cabo para los que no quieren seguir estudiando, son 18 lo menos, pues repiten varios cursos) no han logrado una formación básica, con dos años más, ¿qué van a conseguir? Es contraproducente obligar a estudiar a un chaval que no tiene ni tendrá motivación. Que fomenten más la Formación Profesional. Un buen camarero, si se queda en paro, se le van a rifar otros restaurantes. Un titulado universitario, si no encuentra trabajo porque hay centenares como él en el puesto que podría ocupar, no van a contratarle de camarero.
Hoy, día del docente, era un placer patear la acera desprovista de padres. Qué paz, qué tranquilidad, qué sosiego.