No es novedad decir que la Real Academia Española es una institución caduca y que, al igual que la Iglesia, no ha sabido adaptarse a la sociedad a la que supuestamente sirve.
Tenemos para rato con la decisión de la ministra de Igualdad de inventarse el vocablo “miembra”. Ahora, para justificar el error, salen con que en Hispanoamérica en algunos ámbitos geográficos y sociales sí que se utiliza miembra. Bueno, y en mi pueblo se utiliza apolicar y olivar para referirse a la eficaz tarea de tener cuidada una encina y que crezca con mayor vigor y nadie me verá pidiendo a la RAE que agregue estos términos al diccionario. Aunque, sin duda, son mucho más castellanos estos términos que la mayoría de los absurdos neologismos superfluos que nos meten con calzador. Quizá el caso de miembra sea especial. No es mal intento tratar de eliminar la discriminación por razón de sexo en algunas expresiones. Pero a los que muestran discrepancia tampoco les falta razón. Cuando nuestra lengua evolucionó del latín perdió el género neutro en no pocas ocasiones, por lo que muchas palabras sirven igual tanto para referirse al género masculino como al género femenino. Son los casos de miembro o artista. Resulta del todo absurdo incluir en el lenguaje habitual miembra o artisto.
No sería la primera barbaridad que se comete con el idioma. La primera vez que me preocupé por estos asuntos fue cuando alguien me dijo: ¿A que no sabes que han metido en el diccionario la palabra cederrón? A lo que contesté: Ca. Madre mía, según mi corrector ortográfico cederrón es un término correctísimo, a pesar de ser una absurda adaptación al español macarrónico de ¡un acrónimo! (CD-ROM = Compact Disc Read-Only Memory). Seguro que nuestros extraordinarios académicos de la RAE están haciendo sitio para el deuvedé, las redes pedospé o la famosa consola pesepé (plei esteision porteivol, ya puestos a hacer el ridículo). Y sin embargo, mi corrector ortográfico me pone esto (~~~) bajo ca, una de las palabras más bonitas, cortas y con mayor significado en el idioma castellano. Más cutre aún si cabe es el travelín, referido al traveling cinematográfico (qué menos que haber mantenido el acento donde estaba). Los nuevos artes como el cine y las nuevas tecnologías como Internet nos han traído consigo una gran cantidad de neologismos, pero, por favor, señores académicos, dejad de castellanizarlos. Pero no solo en ámbitos científicos ocurre esto. El colmo de los colmos vino cuando decidimos llamar footing a la actividad deportiva que consiste en ir al trote cochinero, cuando los ingleses lo que realmente hacen es jogging, término también aceptado por el DRAE y con el mismo significado que footing.
Todo esto hoy lo critico, mañana me parecerán las palabras más normales del mundo. Pero escrito queda, que conste. Ya dijo un escritor allá por el siglo XVI "cada día dejamos unos vocablos e inventamos otros nuevos, de tal manera que cada cincuenta o sesenta años parece que es otro lenguaje nuevo". El ejemplo más claro de adaptación de palabras provenientes de otro idioma está en fútbol. Todo el mundo lo dice sin pararse a pensar que viene de football. Quien conozca el baloncesto o el balonmano y no haya tenido contacto con la palabra fútbol, seguramente lo denominará balompié (o furgol como dicen algunos, esperemos que la RAE no tome nota y cambien la palabra). No se ven unas pautas claras en la transformación. Pero sin duda la palabra importada de las islas británicas que más me gusta es güiski. La adaptación era necesaria, que con tanta letra rara (k, y, w) de whisky nos perdemos, y más si hemos hecho previamente uso del contenido de su botella. Aunque yo la hubiera adaptado mejor según su idioma de origen, el gaélico, donde uisce beatha significa ni más ni menos que agua de vida.
Siempre he defendido que mi idioma se llama castellano, nada de español. De hecho, dentro del Estado español hay varios idiomas además de este con el cual escribo ahora, justificación más que suficiente para rechazar un término que da lugar a equívocos y que no refleja lo que ocurre en la realidad. De ahí que aparezca gente que viviendo en Catalunya se niegue a hablar el idioma propio, claro, como están en España, pues hablan español. Total, ganas de tocar las narices. Yo si viviera allí lo primero que haría sería aprender su idioma, no me gusta el aislamiento, y menos si es por cabezonería. Es lo malo de tener un idioma nominado por una localización geográfica. Si hubiéramos aceptado todos hablar cojonciano, por ejemplo, se acabarían los problemas de identificar un idioma con un territorio. Pero no es así.
Con todas estas cosas absurdas cada vez voy aceptando más que mi idioma se ha perdido y hablo otro diametralmente opuesto a aquél con el que crecí. No es malo que nos lleguen tecnicismos o palabras para definir realidades que antes no habíamos conocido y necesitan ser nombradas. Pero de ahí a la paletada de llamar cederrón al disco compacto… Es más, compartimos idioma con millones de personas que viven su día a día a más de 7.000 kilómetros de distancia. Tienen sus propios vocablos y casi todos salen en el mismo diccionario que yo uso normalmente. Rara vez utilizaré expresiones como chingón o coger, al menos con el significado que tiene en América. Y para colmo este nuevo idioma se está imponiendo de forma silenciosa pero de lo más eficaz: con las telenovelas. Que el idioma cambie es un mal menor, todos lo hacen. Pero en Hispanoamérica el cambio es mucho más acelerado debido a la gran influencia que tiene sobre ellos El Imperio. Aunque los yanquis también van sucumbiendo a la influencia mutua de los idiomas, encontrándonos con un spanglish barriobajero que no hay por donde cogerlo (acepción culta peninsular, por favor). Tan grande es el cambio que mi abuela ha tenido que evolucionar en su concepto de trapo o paño, prácticamente sin pasar por la servilleta, de la ramá o la rodilla al kleenex.
Ya jamás defenderé que llamen a mi idioma castellano, pues muchas de las palabras con las que he crecido (y soy de los 80, fíjense lo que habrá cambiado para mis padres y abuelos) van apareciendo en el diccionario como anticuadas (ant.) o en desuso (desus.) Eso sí, mientras yo viva seguiré utilizándolas. Y me da igual que me llamen paleto, que en mis fueros internos siempre tendré presente palabras “modernas” como cederrón, travelín o footing. Nunca pensé que tras pasar por la escuela sin pena ni gloria en las aburridas clases de lengua castellana y literatura a día de hoy iba a ser de los más firmes defensores de la vuelta del latín a las aulas. Con todo el revuelo que se está montando con la supresión de la religión y nadie lloró la pérdida de las humanidades.
Si Cervantes levantara la cabeza…
Para las protestonas que se quejaban de que no logueaba ya para escribir en el blog, tomad ladrillaco. ;)
Tenemos para rato con la decisión de la ministra de Igualdad de inventarse el vocablo “miembra”. Ahora, para justificar el error, salen con que en Hispanoamérica en algunos ámbitos geográficos y sociales sí que se utiliza miembra. Bueno, y en mi pueblo se utiliza apolicar y olivar para referirse a la eficaz tarea de tener cuidada una encina y que crezca con mayor vigor y nadie me verá pidiendo a la RAE que agregue estos términos al diccionario. Aunque, sin duda, son mucho más castellanos estos términos que la mayoría de los absurdos neologismos superfluos que nos meten con calzador. Quizá el caso de miembra sea especial. No es mal intento tratar de eliminar la discriminación por razón de sexo en algunas expresiones. Pero a los que muestran discrepancia tampoco les falta razón. Cuando nuestra lengua evolucionó del latín perdió el género neutro en no pocas ocasiones, por lo que muchas palabras sirven igual tanto para referirse al género masculino como al género femenino. Son los casos de miembro o artista. Resulta del todo absurdo incluir en el lenguaje habitual miembra o artisto.
No sería la primera barbaridad que se comete con el idioma. La primera vez que me preocupé por estos asuntos fue cuando alguien me dijo: ¿A que no sabes que han metido en el diccionario la palabra cederrón? A lo que contesté: Ca. Madre mía, según mi corrector ortográfico cederrón es un término correctísimo, a pesar de ser una absurda adaptación al español macarrónico de ¡un acrónimo! (CD-ROM = Compact Disc Read-Only Memory). Seguro que nuestros extraordinarios académicos de la RAE están haciendo sitio para el deuvedé, las redes pedospé o la famosa consola pesepé (plei esteision porteivol, ya puestos a hacer el ridículo). Y sin embargo, mi corrector ortográfico me pone esto (~~~) bajo ca, una de las palabras más bonitas, cortas y con mayor significado en el idioma castellano. Más cutre aún si cabe es el travelín, referido al traveling cinematográfico (qué menos que haber mantenido el acento donde estaba). Los nuevos artes como el cine y las nuevas tecnologías como Internet nos han traído consigo una gran cantidad de neologismos, pero, por favor, señores académicos, dejad de castellanizarlos. Pero no solo en ámbitos científicos ocurre esto. El colmo de los colmos vino cuando decidimos llamar footing a la actividad deportiva que consiste en ir al trote cochinero, cuando los ingleses lo que realmente hacen es jogging, término también aceptado por el DRAE y con el mismo significado que footing.
Todo esto hoy lo critico, mañana me parecerán las palabras más normales del mundo. Pero escrito queda, que conste. Ya dijo un escritor allá por el siglo XVI "cada día dejamos unos vocablos e inventamos otros nuevos, de tal manera que cada cincuenta o sesenta años parece que es otro lenguaje nuevo". El ejemplo más claro de adaptación de palabras provenientes de otro idioma está en fútbol. Todo el mundo lo dice sin pararse a pensar que viene de football. Quien conozca el baloncesto o el balonmano y no haya tenido contacto con la palabra fútbol, seguramente lo denominará balompié (o furgol como dicen algunos, esperemos que la RAE no tome nota y cambien la palabra). No se ven unas pautas claras en la transformación. Pero sin duda la palabra importada de las islas británicas que más me gusta es güiski. La adaptación era necesaria, que con tanta letra rara (k, y, w) de whisky nos perdemos, y más si hemos hecho previamente uso del contenido de su botella. Aunque yo la hubiera adaptado mejor según su idioma de origen, el gaélico, donde uisce beatha significa ni más ni menos que agua de vida.
Siempre he defendido que mi idioma se llama castellano, nada de español. De hecho, dentro del Estado español hay varios idiomas además de este con el cual escribo ahora, justificación más que suficiente para rechazar un término que da lugar a equívocos y que no refleja lo que ocurre en la realidad. De ahí que aparezca gente que viviendo en Catalunya se niegue a hablar el idioma propio, claro, como están en España, pues hablan español. Total, ganas de tocar las narices. Yo si viviera allí lo primero que haría sería aprender su idioma, no me gusta el aislamiento, y menos si es por cabezonería. Es lo malo de tener un idioma nominado por una localización geográfica. Si hubiéramos aceptado todos hablar cojonciano, por ejemplo, se acabarían los problemas de identificar un idioma con un territorio. Pero no es así.
Con todas estas cosas absurdas cada vez voy aceptando más que mi idioma se ha perdido y hablo otro diametralmente opuesto a aquél con el que crecí. No es malo que nos lleguen tecnicismos o palabras para definir realidades que antes no habíamos conocido y necesitan ser nombradas. Pero de ahí a la paletada de llamar cederrón al disco compacto… Es más, compartimos idioma con millones de personas que viven su día a día a más de 7.000 kilómetros de distancia. Tienen sus propios vocablos y casi todos salen en el mismo diccionario que yo uso normalmente. Rara vez utilizaré expresiones como chingón o coger, al menos con el significado que tiene en América. Y para colmo este nuevo idioma se está imponiendo de forma silenciosa pero de lo más eficaz: con las telenovelas. Que el idioma cambie es un mal menor, todos lo hacen. Pero en Hispanoamérica el cambio es mucho más acelerado debido a la gran influencia que tiene sobre ellos El Imperio. Aunque los yanquis también van sucumbiendo a la influencia mutua de los idiomas, encontrándonos con un spanglish barriobajero que no hay por donde cogerlo (acepción culta peninsular, por favor). Tan grande es el cambio que mi abuela ha tenido que evolucionar en su concepto de trapo o paño, prácticamente sin pasar por la servilleta, de la ramá o la rodilla al kleenex.
Ya jamás defenderé que llamen a mi idioma castellano, pues muchas de las palabras con las que he crecido (y soy de los 80, fíjense lo que habrá cambiado para mis padres y abuelos) van apareciendo en el diccionario como anticuadas (ant.) o en desuso (desus.) Eso sí, mientras yo viva seguiré utilizándolas. Y me da igual que me llamen paleto, que en mis fueros internos siempre tendré presente palabras “modernas” como cederrón, travelín o footing. Nunca pensé que tras pasar por la escuela sin pena ni gloria en las aburridas clases de lengua castellana y literatura a día de hoy iba a ser de los más firmes defensores de la vuelta del latín a las aulas. Con todo el revuelo que se está montando con la supresión de la religión y nadie lloró la pérdida de las humanidades.
Si Cervantes levantara la cabeza…
Para las protestonas que se quejaban de que no logueaba ya para escribir en el blog, tomad ladrillaco. ;)
4 comentarios:
oh, he tenido una sorpresa despues de muchos días sin entrar. (una de las protestonas) Me alegro de que te hayas disparado ! Veo que lo tuyo son las letras y estoy contigo en que la mejor manera de integrarse es la de interesarse por el idioma del lugar (aunque vayas de vacaciones y te complique un poco la existencia). Toda una lección !
grácies, fins aviat
mek
Jo. Te ofrezco la mano y me coges el brazo entero. A lo que me refería es a que si yo viviese allí intentaría aprender el idioma propio. Pero no que si voy unos días de vacaciones, pregunto a alguien y me contestan en catalán y ni siquiera pidiéndoselo por favor ceden (que me ha pasado). Eso me parece de gente maleducada, sabiendo hablar también mi idioma y sabiendo que yo no conozco el suyo. La próxima vez preguntaré en inglés. :(
Aunque al fin y al cabo nuestras lenguas son tan parecidas que se os entiende perfectamente. :P
Y perdona si te ha molestado lo de protestona (¿iba para tí? si te das por aludida... adjudicado!!) pero es que el otro día os pusisteis como un basilisco conmigo. Soy novato en el mundo bloguero y cometo errores. Paciencia. De todos modos, gracias por los consejos.
No había leído detenidamente esto, Gall. ¿Te ha pasado esto en Barcelona, ciudad? Oye, si es así puedes explicarlo porque es de lo más insólito que he leído últimamente. Ojalá me pase a mi un día de estos que prefiero no enfadarme y directamente utilizo el castellano para que no me respondan con un : ¿Ein, cómo dice?
No, en Barcelona me temo que no me pasaría jamás. Fue en Tortosa. Era un señor mayor. No creo que se pueda generalizar, ni pretendo hacerlo. Hay gente pa tó. Rebotados hay en todos los sitios.
Por cierto, dicen que los de Barcelona no sabéis hablar, que sois unos chulos hablando. Porque es una variedad oriental ¿verdad?
Desde luego tienes razón en que los castellanoparlantes son más intransigentes en estos temas. Mis padres vivieron 3 años en Barcelona y no saben ni papa de catalán (ni lo necesitaron). Pero claro, eso fue hace 25 años...
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